A mediados de la década pasada se puso de moda en Estados Unidos el "major-label indie rock", un oxímoron que inundó las FM de todo el planeta al tiempo que el formato CD comenzaba su declive. Una de mis bandas preferidas de este lote era Modest Mouse. Originaria de una ciudad cercana a Seattle, en 2004 alcanzó el platino de la mano del hit "Float On" y tres años más tarde sacó un nuevo disco, más oscuro y casi sin ganchos. El título era genial: We Were Dead Before the Ship Even Sank.
Los argentinos —encarnados simbólicamente en los 23 representantes de la selección nacional de fútbol— ya estábamos muertos antes de llegar a Rusia. La selección estaba muerta cuando Messi nos clasificó él solo, con tres goles, para la Copa del Mundo; estaba muerta cuando empató con un equipo debutante compuesto por directores de cine y empleados de fábricas de sal; estaba muerta cuando perdió bochornosamente con Croacia; y estaba muerta (lo dijimos) cuando le ganó de manera agónica a Nigeria con un gol de diestra de un central zurdo desde el punto del penal en el minuto 86.
Al decir de Diego Batlle: hace años que para esta selección las derrotas son tragedias y las victorias, un desahogo. En Rusia 2018, y ante la falta de preparación, lo que se intentó de manera casi anárquica fue reeditar una versión turbo de 2014: luego de un comienzo a los tumbos, los líderes de este grupo de jugadores quisieron "cuerpear" experiencia y organizaron, desde el vestuario, un equipo de históricos que prometió inmolarse por última vez. "Soy un soldado que ahora va directo a morir", dijo Javier Mascherano, emulando a un japonés en 1944. El equipo más viejo de todos los que quedaba en competencia se enfrentó al equipo más joven del torneo. Los resultados hablan por sí solos.
Nadie podrá achacarle a esta camada que faltó voluntad, empuje o "huevo", como piden, desde el sillón, los deforestados mentales. Pero ya lo dijo esta tarde Juan Pablo Varsky: "El fútbol es tan generoso que las casualidades te pueden dejar alegrías, pero siempre vas a estar más cerca del éxito con proyectos serios que con papeles al viento, cargos a la marchanta, micrófonos circenses. Argentina desarrolló una adicción a su mística y eso es venenoso."
Sin sistema definido, sin estrategia clara de juego —en suma, sin jugar bien al fútbol— uno puede ganar una vez, dos veces. Hasta te puede entrar un gol de otro partido (Di María) y uno de carambola (Mercado) y ponerte a tiro en los encuentros más difíciles. Pero esto que hemos dado en llamar mundial de fútbol es un torneo de élite de siete partidos. Sin un mediocampo competitivo, con una de las peores defensas del mundial (nueve goles recibidos en cuatro partidos, anyone?), no había forma. Se dijo que antes de criticar a Sampaoli hay que detenerse en una serie de cuestiones, en especial en el hecho de que no ha tenido tiempo para armar un plan de juego definido. Bienvenidos todos los reparos, con énfasis y acentos allí donde corresponda. Pero la Argentina de Jorge Luis Sampaoli Moya —como el Portugal de Fernando Santos, que se quedó afuera esta tarde— no ha logrado plantear un equipo a la altura de sus individualidades. Ni los jugadores quedaron en shock tras quedar eliminados: como si el duelo ya hubiese tenido lugar en algún momento del camino y esto fuera, simplemente, la constatación. Ya estábamos muertos antes de que el barco se hundiera.
El mundial sigue sin nosotros. Sigue la dupla Cavani-Suárez, al frente de un equipo efectivo y previsible como el uruguayo. Sigue Kylian Mbappé, hijo de madre argelina y padre camerunés, un crack nacido en diciembre de 1998, cinco meses después de que Zinedine Zidane levantara la copa de campeones en el Stade de France. Sigue Benjamin Pavard, un pibe de veintitrés años que el 17 de mayo lloró cuando Deschamps leyó su nombre en la lista definitiva. Hoy clavó un derechazo sublime, demencial. Fue su primer gol con la camiseta de Francia.
Esta tarde, los canales con venticuatro horas de deportes, las reuniones familiares y los grupos de mensajería instantánea se llenaron de puteadas al aire, de discusiones sobre el futuro del director técnico, de nombres de los jugadores que —se dice— deberá tener la nueva camada. En este espacio no pontificamos porque en el fondo no sabemos y levantar el dedito nos da un poquito de calor. Intentamos, si acaso, compartir el placer de ver cómo ingresa al arco una pelota cuando se juntan 22 que le pegan más o menos bien; nos gusta la fiesta, el cosmpolitismo, observamos con interés antropológico y deseo de ser parte esta comunión laica que se celebra cada cuatro años en un punto casi random del planeta. Pero sospechamos que un país con nuestras características y tradición futbolística está para más. De cara a lo que viene, el diagnóstico deberá ser compartido y el proceso que comienza, bien liderado. Es una apuesta, un proceso, que recién comenzará cuando el 15 de julio, temprano a la tarde, un equipo que no es el nuestro levante un trofeo de de oro sólido en el Estadio Luzhniki.