por Eduardo Aliverti
Estos días ofrecen buen material para aquellos que riegan su memoria y son capaces de juzgar “la realidad” con una orientación abarcadora de sus varios componentes. Por el contrario, viven jornadas aciagas quienes sólo son sensibles a las primeras e instintivas impresiones que dejan las noticias. Es una etapa que, influida por el clima electoral, convoca a dejarse llevar por el blanco o el negro de las cosas, sin paciencia para ubicar los grises.
Hubo, por ejemplo, la jornada de movilización de la CTA, que desplegó una imprevista y considerable cifra de miles de manifestantes, en varios puntos del país, para reclamar por aspectos que hacen a la estabilidad de los trabajadores, la libertad sindical, el desempleo. Sin embargo, el análisis de la noticia quedó reducido a los inconvenientes de tránsito habidos en la Capital por obra de los marchantes. El habitual énfasis mediático puesto sobre el desorden vehicular contrasta no sólo con la aceptación dispensada a los campestres durante sus cortes de ruta, sino con la conferida muy pocos días atrás al taponamiento producido por los camiones de los compañeros de Daniel Capristo. Esos mismos medios periodísticos son los que inventaron o se subieron a la primera versión del asesinato en Valentín Alsina. Poco después ya se sospechaba que Capristo salió de su casa a bala limpia, incluyendo disparos que fueron a parar a casas de sus conmovidos vecinos. Pero el montaje mediático no tendría retorno en cuanto a haber construido el crimen que más convenía a sus intereses sensacionalistas y al estímulo de la psicosis en torno de “la inseguridad”, tanto como ya había ocurrido cuando el homicidio de que fue víctima el florista de Susana Giménez. Instalado un relato determinado, por supuesto que sobre bases verosímiles, “la gente” reproduce y amplía como lorito lo que fue pautado para que crea lo que quieren que crea. Un plano análogo al de hace pocas semanas, cuando el Grupo Clarín desplegó una artillería impresionante para destacar que su señal de cable era interferida, en casual concordancia con el lanzamiento del proyecto de ley de radio y televisión. También fue a los pocos días cuando se supo que el problema no tenía asiento en ninguna clase de raigambre política, sino en dificultades técnicas originadas por pruebas satelitales a miles de kilómetros. Pero esa noticia, la verdadera, jamás se consignó; y, mucho peor, la falsa –y la farsa– fue empleada por todo el establishment de prensa, con casi todo el arco opositor haciéndole coro, para advertir que estábamos ante un gravísimo ataque a la libertad de expresión. (...)
Hace 4 años.
2 comentarios:
No suelo coincidir con Aliverti pero debo reconocer que adhiero firmemente a este pasaje y a su relevancia política: "Poco después ya se sospechaba que Capristo salió de su casa a bala limpia, incluyendo disparos que fueron a parar a casas de sus conmovidos vecinos". Es decir: un chabón salió a balear a un pibe chorro de 14 años pero resultó que el pibe tuvo mejor puntería en función defensiva. O ¿cómo evitar la propia muerte sino disparando mejor contra quien dispara primero?
No justifico el delito ni el crimen pero tampoco la construcción discursiva de la "inseguridad": si salgo con un arma a batirme y para colmo disparo primero, soy menos víctima que victimario y, además, soy un fatal pelotudo. Resquiescat in pace, Danielito Capristo y a hacerse cargo.
Horacio Cecchi, editor de Sociedad de Página/12, viene siguiendo el caso desde el primer momento. En una charla que dio ayer en la facultad comentó, a modo de hipótesis, su teoría sobre por qué lo fajaron al fiscal: porque habría sido uno de los primeros en llegar al lugar del crimen y levantar el arma... de Capristo.
Las víctimas buenas tienen que ser puras de toda pureza (recordemos Axel Blumberg circa 2004: "era tan inteligente, tan buen alumno..."). De vuelta, sin justificar ni el delito ni el crimen (terribles), la construcción mediática a tono con la ola tiene que ser: padre de familia, trabajador, indefenso. No un tipo que tiene tres armas registradas y que, en una situación ya de por sí violenta como puede ser un intento de robo, incrementa el riesgo de todos (suya, ajena) poniendo un arma más en juego.
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