Ser Alfonsín
por Martín Caparrós
Debe haber sido duro ser Alfonsín. Debe ser duro haber sido Alfonsín. Debe ser duro, sobre todo, morirse. Y debe serlo haber agonizado. Raúl Ricardo Alfonsín, presidente que fue de la Argentina y de los argentinos, ya pasó por esa situación que nadie puede siquiera imaginar hasta que no precisa imaginarla: un hombre que sabe que se muere y que pelea, si acaso, por seguir siendo un hombre un rato más, unas horas, un día –sabiendo que no hay triunfo que no lo lleve a la derrota. Solemos creer que en esas situaciones un hombre revisa su vida; es probable que no pueda hacerlo, ocupado como está en respirar y esquivar el dolor y ver últimas luces, pero cómo saberlo: quizás Alfonsín haya podido hacer memoria. Si fue así, habrá atravesado esa perplejidad que todos, alguna vez, recorreremos –la de un hombre que sabe que, aunque no lo haya hecho tan mal, no le sirve de nada porque está por dejarlo–, y esa otra reservada para pocos: la de un hombre que sabe que hizo mucho más que lo que suele hacer un hombre pero podría haber hecho tanto más. Debe ser raro saber que uno llegó adonde nadie y que, una vez allí, no pudo dar los pasos decisivos; debe ser raro, tan cerca de la muerte, recordarlo.
Raúl Ricardo Alfonsín se murió y lo enterraron y lo cubrieron de loas y de incienso y él, supongo, sabía: por suerte, para salvarnos de nosotros mismos, siempre está la memoria de los otros. Que ha sido, en estos días –como suele–, débil, fantasiosa; quizá cuando las nubes se vayan deshaciendo podamos hablar un poco más en serio. Por ahora todo son ditirambos, alabanzas. Me aburrí, en estos días, de escuchar “el padre de la democracia” –y no podía dejar de preguntarme quién sería su madre, o si tendría una abuela. ¿Por qué tanta cháchara sobre paternidades? ¿Tanto necesitamos creer que hay grandes hombres –jefes, caudillos, sacerdotes, padres– que conducen la realidad y nos conducen? ¿Tanto necesitamos reproducir este sistema de próceres heroicos, que aún en este caso inverosímil debemos convertir al muerto en otra figurita de manual? Así se arman las historias para convencernos de que nuestras vidas no dependen de lo que podamos conseguir sino de la intervención de un Gran Padre bueno o malo, que las encarrile o descarrile, que las ordene o desbarate. Es un modo de ver el mundo, el que más les conviene a los que quieren ser padres o tíos, tutores o encargados: a los que tienen algún tipo de poder y quieren mantenerlo, propagarlo.
Es una forma de escribir la historia. El culto del nuevo Padre parece ocultar, por ejemplo, la obviedad de que la vuelta de la democracia en el 83 fue el producto de muchos factores: que los militares ya habían cumplido su trabajo, que se arruinaron con la estupidez de las Malvinas, que había cada vez más que los peleaban, cada vez menos miedo. Y que por eso tuvieron que convocar a elecciones y que, recién entonces, un personaje como Alfonsín –un respetable político de la “izquierda radical”, abogado de derechos humanos– entró en el escenario: cuando ya estaba decidida y decretada la vuelta de la democracia, por aquellas razones y otras más –lo cual lo vuelve, si es necesario el parentesco, más un hijo que un padre.
Pero no hay caso: nos resulta más fácil, más tranquilizador pensar la historia y la política y nuestras vidas en términos de líderes que nos llevan y nos traen, grandes papás. Por eso, en estos días, se está construyendo un Alfonsín de mármol y opereta, un secundario con diálogo en Aurora, un dibujo de simulcop a media página.
Gracias al honestismo imperante, el rasgo principal del personaje es su decencia: no robó, dicen, siguió en la misma casa, dicen, intentando de nuevo la Gran Illia: hacer de un rasgo menor pero infrecuente una categoría ontológica suficiente para levantar bustos y monumentos. Se entiende que lo hagan los políticos: alegar que existe al menos uno que era honesto supone que la corporación no está perdida, que podría haber más. Se entiende que los hagan muchos otros, honestistas convencidos: decirles a los políticos que hubo uno y lo quieren por eso es decirles por qué no los quieren –y dan risa tantos que lo usan como argumento contra K olvidando que fueron, en su momento, feroces contra Alfonso. Algunos le agregan un matiz de tragedia criolla: era un buen hombre al que no le fue tan bien porque los buenos, en la Argentina, pierden. El típico pobre mi padre querido, qué buen tipo era el viejo: para los que siempre piden padres no hay mejor padre que el padre muerto, el que ya no va a ordenarte nada, el que se puede manejar como una marioneta grácil. La operación, estos días, parece funcionar, y así nos conseguimos alguien a quien respetar en un momento en que no tenemos a quien respetar, un símbolo común en una época en que no tenemos símbolos comunes; un prócer, que es lo contrario de un político.
Lo contrario: un prócer no tiene banderas, trabaja para el supuesto “bien común”, para lo indiscutible. Alfonsín prócer padre de la democracia parece un bien de todos; recuerdo las peleas de Alfonsín con variados sectores –desde los militares hasta el peronismo, desde los sindicatos hasta los grandes empresarios, desde Reagan y el FMI hasta la Iglesia Católica y la Sociedad Rural– que muestran que sí tomaba partidos, que era beligerante y parcial, que hacía política. Y que había hecho ciertas elecciones –aunque no siempre pudiera sostenerlas.
Alfonsín –sabemos– fue presidente cuando nadie lo esperaba. Y lo fue de un modo extraordinario: no tanto por reemplazar a militares que –cumplido con creces su trabajo– pedían la escupidera, sino por vencer al peronismo en elecciones libres por primera vez. Con los militares y los peronistas en derrota, con millones entusiasmados por la nueva democracia, con una economía razonable, Alfonsín tuvo la mayor oportunidad de las últimas décadas para cambiar algo serio en la Argentina: para intentar otra cultura política, para acabar con las corporaciones, para dar vuelta la tendencia socioeconómica que los militares habían implantado –y no lo hizo. Lo intentó, al principio, chocó contra poderes, y en algún momento decidió –o debió– resignarse. Es cierto que consiguió cosas: recuperó cierto tejido social, juzgó a las Juntas, legitimó el divorcio, y nos dejó para siempre una frase que resume todas nuestras frustraciones y que, algún día, va a convertirse en epitafio irónico: “Con la democracia se come, se cura, se educa”. Es cierto que parecía buena persona; es otro asunto. Fue el último político en quien millones de argentinos creyeron de verdad; después hubo algunos que produjeron satisfaccción, alivio, sorpresa, simpatía, pero ya no esperanza. Fue la última vez que esperamos algo serio de un proyecto político, y su fracaso tuvo mucho que ver con la antipolítica y el pragmatismo noventistas. Su fracaso abrió el camino del menemismo y la culminación de la onda neoliberal que la dictadura había lanzado; su fracaso es más culpable porque podía haber sido un gran triunfo.
Debe haber sido duro ser, después de todo eso, Raúl Ricardo Alfonsín. Leía aquí mismo su discurso de cierre de campaña –y me preguntaba cómo habría hecho, en los años siguientes, en el gobierno y después del gobierno, para digerir el hecho de que tantas de sus ilusiones, tantas de sus promesas no se habían concretado. Debe haber sido duro ser Alfonsín, el nombre de la esperanza 1983, y pasarse estos veinte últimos años viendo cómo la Argentina caía, recaía. Debe haber sido duro, sobre todo, saber que pudo más que tantos y que, sin embargo, no supo poder lo que importaba.
Hace 4 años.
11 comentarios:
Debe ser duro ser tan cara rota o tener tan poca autocrítica como para, siendo un ex montonero, escribir esto: "¿Por qué tanta cháchara sobre paternidades? ¿Tanto necesitamos creer que hay grandes hombres –jefes, caudillos, sacerdotes, padres– que conducen la realidad y nos conducen? ¿Tanto necesitamos reproducir este sistema de próceres heroicos, que aún en este caso inverosímil debemos convertir al muerto en otra figurita de manual? Así se arman las historias para convencernos de que nuestras vidas no dependen de lo que podamos conseguir sino de la intervención de un Gran Padre bueno o malo, que las encarrile o descarrile, que las ordene o desbarate. Es un modo de ver el mundo, el que más les conviene a los que quieren ser padres o tíos, tutores o encargados: a los que tienen algún tipo de poder y quieren mantenerlo, propagarlo".
Debe ser duro ser Martín Caparros y tener inteligencia, además de talento a la hora de escribir, pero malgastarlo en criticar todo lo que se pueda criticar -y lo que no- en un ejercicio consetudinario de gataflorismo bien argento.
Debe ser duro no poder ver más allá de los gestos oportunistas de tantos políticos o de la sensiblería pedorra de TN a la hora de juzgar a los que se movilizaron por la muerte de Alfonsín.
Debe ser duro caer en un reduccionismo tan grande como para juzgar lo que Alfonsín hizo al lado de lo que pudo hacer, limpiando su gestión de todo contexto.
Deber ser duro saber, querido Martín, que cuando llegue tu hora y mires para atrás, te des cuenta que lo único que hiciste por este triste país fue escribir lindo y criticar feo.
Deber ser duro...
por muy que le pese a nuestro amigo fede, estoy completamente de acuerdo con vos beto. impecable!
Coincido con el análisis y la reflexión de Caparrós excepto con aquello de que "fue la última vez que esperamos algo serio de un proyecto político": no porque haya habido otras sino porque, en mi caso, no esperé nada más serio de lo que fue.
Respecto del comentario macartista que sólo argumenta mediante la acusación de ex -¿hace 30 o más años?- montonero: lo que Caparrós hace no es limpiar la gestión de Alfonsín "de todo contexto" sino, justamente, reponerla en su marco político e histórico. Limpieza "de todo contexto" han hecho la mayor parte de los discursos que sufrimos durante estos días y seguimos sufriendo en algunos comentarios tardíos pero de igual signo.
"Juzgar lo que Alfonsín hizo al lado de lo que pudo hacer" es lo único realmente serio que puede hacerse en términos políticos. Lo contrario queda del lado de la reverenda pavada: no robó. Ok, no robó, pero no asumió el poder para no robar sino para resolver lo que prometió resolver y en un momento histórico en el que hubiera sumado el apoyo necesario -al margen del 52% electoral- para hacerlo.
Sólo un ejemplo: en Semana Santa del 87 éramos cientos de miles -más de la mitad no lo habíamos votado- movilizados en las calles de todo el país pero Alfonsín eligió la claudicación, la obediencia debida y el punto final antes que el liderazgo del reclamo popular y masivo... que él había prometido y expresado con el juicio a las juntas militares.
Por último, debe ser duro no poder ver más allá del verosímil de prócer que difunden los medios masivos y deber ser duro tratar de leer (?) la política limpia "de todo contexto".
Saludos.
Agrego una cosa más a lo de "ex-Montonero" como desligitimación del lugar de enunciación.
Caparrós nació en el año 1957. Que a los 14 haya entrado en la JP y a los 15, 16 años le haya hecho prensa a la organización FAR, no lo convierte en un iluminado mesiánico hasta el día en que se muera. No podemos concluir que por creer en Perón como el Gran Padre en ¡1974! el tipo está condenado a no hablar de líderes por el resto de su vida.
Caparrós no descubrió la "crítica a los caudillos" esta semana solo para criticar a Alfonsín. Alguno podrá distanciarse de su visión radicalmente antipaternalista (en mi caso no termino de concidir con ella), pero cualquiera que haya seguido su biografía se va a dar cuenta que su perfil anarquista lo viene puliendo desde su exilio europeo. La poca u nula "autocrítica" al verticalismo que vos, Beto, le adjuciás está presente en prácticamente cualquier obra de no ficción que Caparrós publicó desde "No velas a tus muertos" (1986) en adelante.
Coincido, sí, que hay que poder leer algunas otras cosas de la movilización por la muerte de Alfonsín. Pero por estos días hacerlo requiere un ejercicio muy sutil: va a ser muy difícil leer este fenómeno sin tratar de sacar conclusiones pseudorepublicanas e institucionales como las que ya están explotando -mientras escribo estas líneas- La Nación, Crítica y Noticias. Y mientras Prat-Gay, Cobos, Carrió y Macri ganan, gratis, 4 horas en vivo frente a las cámaras de TN.
Del comentario de Cinzcéu, recargado de prejuicio, no puedo más que cagarme de risa. Es lamentable, porque he entrado en su blog y leído sus textos y -para su desgracia- coincido la mayor parte de las veces. Pero cuando comenzamos el comentario ajudicándome macartismo, queda claro que tenés una determinada idea prefijada sobre lo que pensás que pienso, que te impide entender lo que pienso. Una lástima.
Y sí, Caparrós limpia de contexto, te guste o no. Si bien TN, La Nación, Gente,la Mesa de Enlace y todos los garcas que lo defenestraban y que ahora se dedican a llamarlo padre de la democracia, limpian a Alfonsín de contexto de acuerdo a sus intereses, otros sectores -entre ellos Caparrós- lo hacen de acuerdo a los interes propios. Y es lógico, esto es política. Pero no neguemos lo innegable.
No hago macartismo por señalar que Caparrós fue Montonero, sino que creo que hay que tener un poco de autocrítica y si vos estabas dispuesto a dar la vida por Perón, es un tanto complicado aceptar que después te subas al púlpito a espetarle al resto del planeta su estupidez por creer en caudillos y paternalismos. Especialmente en un país que SIEMPRE fue así, y que lo único que hizo fue cambiar figuritas. Caparrós: agarrá y expresá tus ideas desde la autocrítica: "yo que creía esto, me doy cuenta lo boludo que fui. Apelo a vuestra inteligencia para también darse cuenta, etc, etc".
Enunciar lo de Semana Santa como los hacés vos, Cinzcéu, es descontextualizar. A menos claro, que te hubiera parecido que la posta era que Alfonsín movilizara al pueblo hasta Campo de Mayo y todo terminara con unos cuantos muertos. Si ese es el caso, demos por concluido el debate, porque no nos vamos a entender.
¡Ah! Esto es genial, Cinzcéu: "Por último, debe ser duro no poder ver más allá del verosímil de prócer que difunden los medios masivos y deber ser duro tratar de leer (?) la política limpia "de todo contexto".
Debe ser la primera vez en mi vida que alguien me toma tan abiertamente por pelotudo. De todas maneras me sirve para darme cuenta que no entendiste nada de lo que escribí más allá de tu prejuicio.
De todas formas, parece como si mi comentario hubiese pasado totalmente inadvertido. Beto: esto que vos decís que Caparrós debería afirmar ("yo que creía esto, me doy cuenta lo boludo que fui"), el tipo YA LO HIZO -y en innumerables ocasiones. Podés consultar la amplia bibilografía que hay al respecto, desde ensayos propios hasta entrevistas que le hicieron. La "autocrítica" que le estás pidiendo YA ESTÁ, en varios lados. Es solo cuestión de buscarla. El tipo no puede estar repartiendo un mea culpa cada vez que se pone a escribir una columna.
Por último, NADIE acá sostiene que Alfonsín en 1987 tenía que movilizar a una multitud a Campo de Mayo -¿alguien dijo eso?-, pero sí utilizar el consenso social ARROLLADORAMENTE MASIVO para denunciar el chantaje militar... y no claudicar a espaldas de la población.
De acuerdo con Fede. Aunque no es mala la observación de que alguna vez Caparrós pudo haber caído en eso que critica, tampoco hace falta que lo aclare cada vez que escribe una nota, llamándolo "cara rota" si no lo hace, qué sé yo.
Para mí esto es un perfecto resumen:
"Alfonsín tuvo la mayor oportunidad de las últimas décadas para cambiar algo serio en la Argentina: para intentar otra cultura política, para acabar con las corporaciones, para dar vuelta la tendencia socioeconómica que los militares habían implantado –y no lo hizo."
Mas allá de la discusión acerca de Caparros, personaje que no conozco mucho pero, por lo poco que conozco, solamente se dedica a realizar permanentes criticas destructivas y ninguna constructiva, el tema relevante acá no es él si no la muerte de Alfonsín.
Alfonsín fue un tipo que tenía ideales y honesto. Obviamente no siempre pudo hacer lo que sus ideales pedían.
No coincido para nada en la postura de que Alfonsín desaprovecho "la gran oportunidad", tal oportunidad nunca existió.
Ese gobierno estuvo fuertemente condicionado, no solo por los militares que le hicieron varios levantamientos. No nos olvidemos que desde 1930 hasta 1983 todos los gobiernos tuvieron a los militares marcándoles el paso, y en el gobierno de Alfonsín no fue la excepción, porque el poder lo perdieron con el paso del tiempo.
También hubo un fuerte condicionamiento externo.
Los militares dejaron el país en default, sin un peso para nada, con la economía devastada, una fuerte crisis social y económica. El Austral empezó valiendo un dólar y al año la diferencia era 1 a 5000, todo esto producto del boicot que sufrió por parte de los bancos y de las potencias económicas mundiales.
El Gobierno de Alfonsín fue el primer gobierno civil del mundo en juzgar a un gobierno militar. Es cierto, después dicto las leyes de obediencia debida y punto final, pero porque lo hizo? porque no quería juzgarlos o porque lo estaban presionando??? No se otros, pero yo prefiero dictar esas leyes y que halla paz y que luego con el paso del tiempo cuando pierdan el poder juzgarlos, que cagarme en lo que digan y tener otro golpe de estado.
En resumen, es muy fácil criticar sentado frente a la computadora esperando que se termine de calentar el café, pero la realidad no es así, uno no puede hacer todo lo que quiere, el hombre es el y sus circunstancias.
La obediencia debida y el punto final eran ya parte de la campaña de Alfonsín antes de asumir. No fueron medidas improvisadas durante el gobierno.
El augusto -"que infunde o merece gran respeto" pero también "payaso de circo" según el DRAE- comentario de Augusto no va más allá de un pasaje alfonsinista del Manual del Alumno Bonaerense, esa cosa que miente a fuerza de reducir, simplificar y sacar de contexto político.
"Es muy fácil criticar sentado frente a la computadora esperando que se termine de calentar el café". Bueno, no parece tan fácil ni siquiera en tal circunstancia, visto que el 90% de quienes esperan el café al pie de su computadora no critican nada y siguen la moda.
Otros lo bastante viejos criticamos antes de que la computadora (no el café) existiera a nuestro alcance y dedicamos una década o dos de la vida a combatir día y noche, año a año, aquellas políticas desde sindicatos, partidos y sobre todo, calles y plazas, como las del 14 de junio del 82 bajo la represión de la dictadura (movilización masiva que al cabo la volteó) o las de Semana Santa del 87 entre muchas otras.
Me permito revertir el argumento: es muy fácil defender, 25 años después, sentado frente a la computadora y esperando que se termine de calentar el café, una etapa histórica que se cree conocer mediante panfletos electorales del siglo siguiente.
Sí, a Alfonsín lo presionaban sectores de las FFAA que de ningún modo tenían el poder y también lo presionaba una revolución democratista de millones de laburantes que ocupábamos las calles cada dos por tres. Muchos estábamos presionándolo: lo que importa es a qué presión cedió. Alfonsín se cagó redondamente en el pueblo movilizado y siempre optó por la claudicación que pretendés justificar desde la ignorancia profunda (por no acusarte de cosas peores) de quien hace "la historia" tomando un café frente a su PC.
Saludos.
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