Volvía en colectivo de la estación Mitre, de venir en tren desde Retiro, de venir en micro desde Córdoba.
Llevaba dos mochilas y, en una de ellas, Días y noches de amor y guerra. La lectura me absorbía de modo tal que no sólo me desentendía de los ruidos que me rodeaban, sino que incluso había perdido el propio sentido de espacio y tiempo.
El viaje habrá durado unos escasos quince minutos, y la primera vez que levanté la vista del libro el colectivo ya estaba llegando, a toda velocidad, a mi parada. Corrí hacia el timbre, alcancé a tocarlo en el momento justo. El bondi paró y me bajé. Y mientras caminaba unas cuadras más hasta mi casa no sé bien qué pensé, pero creo que me sentí un poco contento.
Digo, a veces los orgullos son tan tontos.
Hace 4 años.
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