De viajes cotidianos martes, 14 de febrero de 2006

Volvía en colectivo de la estación Mitre, de venir en tren desde Retiro, de venir en micro desde Córdoba.
Llevaba dos mochilas y, en una de ellas, Días y noches de amor y guerra. La lectura me absorbía de modo tal que no sólo me desentendía de los ruidos que me rodeaban, sino que incluso había perdido el propio sentido de espacio y tiempo.
El viaje habrá durado unos escasos quince minutos, y la primera vez que levanté la vista del libro el colectivo ya estaba llegando, a toda velocidad, a mi parada. Corrí hacia el timbre, alcancé a tocarlo en el momento justo. El bondi paró y me bajé. Y mientras caminaba unas cuadras más hasta mi casa no sé bien qué pensé, pero creo que me sentí un poco contento.

Digo, a veces los orgullos son tan tontos.

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