Apuntes sobre el rock en la era posmoderna / 2 sábado, 3 de junio de 2006

Jorge Warley, Rock: juventud, mito e industria cultural



(...) El rock es una música curiosa, capaz de suscitar las pasiones más diversas. Es terriblemente popular, al punto que cuenta con millones de fanáticos y seguidores en todo el mundo (...) Aunque también ha engendrado productos ultravanguardistas que sólo consumen pequeños y sofisticados cenáculos. Tiene adoradores que gozan su vitalismo y se dejan seducir por su invitación al baile, pero además se ha convertido en materia de estudio para los académicos, generando una multitud de papers filosóficos y una manada de peritos en la cuestión. Puede ser abordado desde una restricta perspectiva musical y puede considerarse una especie cultural más amplia que determina modas, jergas, tipos sociales, etcétera.
Y es un muy buen negocio, tal vez el mejor y más dinámico de la industria cultural actual.

Inicios de una industria cultural
Quizá las claves de tamaña fuerza y proteico despliegue haya que buscarlas en su nacimiento. La música rock es concebida al calor de la segunda posguerra, como parte de la recomposición y expansión industrial que se vive en esos años. Pero lo verdaderamente medular es que el rock & roll surge vinculado a un tipo de industria cultural específica, hasta ese entonces inexistente y que desde entonces no ha parado de crecer y diversificarse: la que tiene como destinatario-consumidor a un segmento social particular, los jóvenes. Algunos investigadores sobreimprimen a este dato los rasgos progresivos de la integración social y la ampliación democrática, al menos en su cuna estadounidense.
Se puede afirmar, en un sentido, que el objeto "juventud" es una creación de esa rama de la industria cultural; pero también es posible invertir la ecuación y considerar que el rock y sus derivados han sido el modo de satisfacer una demanda social forjada a partir de una produnda trasnformación económico-social que llevó décadas (...)

Una dinámica infinita
De ahí, entonces, la potencia de este tipo musical (cultural) urbano, tan cercano a los demás rubros de dicha producción específica (vestimenta, alimentos, entretenimientos, etcétera), a los que parasita y a la vez nutre. De ahí también su dinámica y sus tensiones.
Una dinámica de la reproducción infinita. Sobre la base del rock se han desarrollado avanzadas técnicas de grabación y reproducción, se perfeccionó toda una zona de la industria cinematográfica (en el camino de ida y vuelta que va de la publicidad a los videos), se transformó el circuito de las salas públicas (...), aparecieron revistas, secciones y suplementos en los diarios, emisoras de radio, programas y canales de televisión, nuevos personajes sociales (...) y una iconografía que cobró forma en remeras, colgantes, broches, tapas de discos, afiches de recitales y posters.
En lo que atañe a sus fuentes estético-ideológicas, la cultura rock, haciendo gala de una voracidad sin límites como la del cine y la televisión, supo reciclar las banderas juvenilistas que alzaron los grandes movimientos estéticos de la modernidad, de los románticos en adelante. (...)
En esta senda, los inmolados por el exceso -desde Jimi Hendrix a Luca Prodan-, los pioneros y los lúcidos condenados a la locura, la soledad y la muerte -desde Tanguito hasta Ian Curtis y Kurt Cobain-, los que se autorrecluyeron en silencio -Syd Barret-, no hicieron sino convertirse en los dramáticos testimonios fundantes de una mitología.
Guiado por su voracidad, el rock ha demostrado ser una música de una plasticidad estética asombrosa. El rock mostró desde sus inicios una gran capacidad de asimilación de aquellos modos musicales que, supuestamente, no le eran propios. (...)

¿Local o global?
Desde lugares tan disímiles se ha sabido explotar y expandir esa dinámica que el rock traía consigo; en muchos casos, claro, simplemente para cumplir con el mandato en boga que llevgaba desde la metrópoli, pero en otros para adaptarlo a realidades locales y con el intento de producir verdaderas reorientaciones ideológico-estéticas.
Las discusiones se plantean en lo que ciertos pensadores han denominado "mundo transculturizado". Es decir, una época en la que los lazos comunitarios que unen todas las regiones del planeta colocan al individuo de cara a una cultura homogénea y sin patria que filtra y da forma a su relación con los otros hombres y el mundo.
Plantear las cosas así simples supone la misma ingenuidad que ensalzar la cultura rock en cuanto "modo de vida alternativo" o "enfrentamiento y transgresión al sistema" sin reparar hasta qué punto tamaña rebeldía es absolutamente funcional a un orden social que la neutraliza subsubmiéndola en el estereotipo del adolescente. Cosas de la edad.
Pues el hecho de que tales relaciones transculturizadas existan no supone igualdad en el intercambio, sino más bien todo lo contrario. Aunque a mucho les suele a eslógan, no se puede sino admitir que el idílico y deseado comercio cultural de las naciones se vive en la edad del imperialismo de una manera que poco tiene que ver con las simetrías.
No se trata de volver a la canónica y aburrida tarea de enumerar las acusaciones que desde un supuesto nacionalismo se han acumulado sobre el rock. Estas se vinculan por lo general con apreciaciones de corte ideologista, en el peor sentido, y jamás avanzaron sobre reinvindicaciones nacionales más urgentes y un tanto más materiales, es decir, las relacionadas con la propiedad y política de las compañías grabadoras, de distribución y difusión. (...)

Rock y cambio
Las consideraciones políticas más interesantes parecerían restringirse a dos puntos de vista básicos.
1) Por un lado, el que puede sintetizarse en la frase que Leda Valladares descerrajó en algún reportaje: "El rock se chupó el planeta". Acorde con esta opinión, el rock actuaría como la avanzada de una suerte de fuerza de ocupación que condena a toda otra forma musical y cultural a la extinción. Frente a una realidad que se vive como la fatalidad del destino, el único modo de supervivencia esclava para estas músicas pasa por la sumisión, el mestizaje, la adecuación de los millares de músicas regionales a ese lit motiv básico que el rock instaura con ritmo de metralla.
2) Pero, por otro lado, la práctica del mestizaje puede ser considerada como una táctica de resistencia. Aceptar que existe una norma dominante e ir montando en consecuencia una estrategia de combate desde el interior de esa cultura mayor, para socavar paulatinamente su poderío, desarticulándolo, detectando sus quiebres, contradicciones y "puntos de fuga".
En definitiva, esta vía de expropiación desde adentro de la música y de la cultura rock, cuando aspira a derivar la observación de algunos fenómenos innegables hacia un "programa de acción" peca, por lo menos de optimismo, con lo cual tal vez no haga sino retrotraerse en clave cyber-apocalíptica a los sueños de la "Nación Woodstock". Básicamente porque desplaza el hecho de que el rock, como el conjunto de la industria cultural bajo el capitalismo, evidencia una constante pérdida de significación en lo que respecta a cualquier asomo de cambio o revuelta; una pérdida que está directamente vinculada a la cada vez mayor instrumentalización y burocratización de las actividades sociales.
Porque junto a la mencionada "plasticidad" estética también, y en mayor medida, el rock fue parido en las normas de la estandarización y el esterotipo propios de la cultura popular masiva. La repetición de fórmulas altamente codificadas empezó a trazar una cuadrícula que, a través del desarrollo del rock y de sus tensiones, fue completada por las líneas de una fuerza orientada en función del heterogéneo apetito de su público, joven e internacionalizado. (...) Las disquerías de Musimundo poseen hace ya tiempo una batea especialmente dedicada la "música alternativa".

Ideas
En este contexto, parece tener más sentido la lucha por la independencia estética y la pluralidad cultural, con todas las dificultades que suponen, en lugar de dejarse tragar por la ballena del rock engañados con la posibilidad de pergeñar milagrosas estrategias de fuga desde sus entrañas.
Este horizonte reclama, en la época de la competencia salvaje, la hiperconcentración y los monopolios, una política estatal que sea capaz de allanar los caminos de acceso a la creación, la difusión y la reproducción de las más diversas formas culturales; lo cual significa hacer saltar por los aires la grilla de diagramación que, con puro interés económico, los grandes medios y las industrias culturales imponen. Entonces sí el término "experimentación estética" podrá alcanzar una significación real y no -como hasta ahora- total o parcialmente vaciada de sentido. (...)

Postal de época
Un discurso acompaña como bufón este triste reinado, se ampara en máximas periodísticas ("hay que entender el lenguaje de los jóvenes") y populistas axiomas universitarios, como aquel que sugiere que los jóvenes "algo hacen" con su cotidiano empacho de rock, un plus que permitiría la inversión o transgresión de los protocolos, las formas y los contenidos que el rock manifiesta explícitamente.
Los intereses son muchos; es lógico entonces que nadie se haya animado a escribir lisa y llanamente que es una inmoralidad que los Rolling Stones se lleven veinte millones de dólares de la Argentina. Es completamente lógico también que Carlos Menem se emocionara posando para los flashes junto a Mick Jagger y su troupe durante el paso de "la banda de rock & roll más grande del mundo" por Buenos Aires. Estas fotos constituyen una suerte de resumen, una metáfora del "estado actual" del rock, por un lado, y por el otro de la situación mayor que caracteriza a la Argentina de hoy.

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